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La espalda del Tío Sam

¿Debería sorprendernos si el gobierno de Estados Unidos, hasta ahora el más poderoso aliado de la causa democrática venezolana, le diera la espalda, para mantener una relación cordial con el chavismo?

 

@AAAD25

Una de las primeras lecciones de todo aprendiz de diplomático o de internacionalista es que los Estados no tienen amigos, sino intereses. Que la guía del accionar geopolítico siempre es egoísta y utilitaria. Nunca altruista y deontológica. Esa es la dimensión internacional de un fundamento teórico de la política, según el cual quien ejerce el poder siempre lo hará pensando primero que nada en su propio beneficio. Fundamento que a su vez se apoya en una visión filosófica de la humanidad que es bastante pesimista. Es la de aquellos pensadores que pusieron en marcha la filosofía política occidental moderna durante el Renacimiento y sus secuelas: Maquiavelo y Hobbes. En síntesis, como indicó este último (citando al dramaturgo latino Plauto), Homo hominis lupus. Solo podemos moderar estos instintos primigenios, pero no desaparecerlos del todo. Entonces, nunca hallaremos un actor político individual totalmente desinteresado. Mucho menos, un Estado.

Con lo anterior en mente, ¿debería sorprendernos si el gobierno de Estados Unidos, hasta ahora el más poderoso aliado de la causa democrática venezolana, le diera la espalda, para mantener una relación cordial con el chavismo aunque Venezuela siga siendo un régimen autoritario? La realización de esa hipótesis luce cada vez más probable, aunque todavía no podamos asegurarla. A todos nos asombró la amplitud del relajo de sanciones sobre la elite chavista por parte de Washington a finales de 2023. Y como si fuera poco, se le añadió la excarcelación de Alex Saab.

Todo eso a cambio de la liberación de unas decenas de presos políticos y una vaga posibilidad de mejoras en las condiciones electorales de Venezuela, cuya única manifestación específica por los momentos es la apertura de un proceso para que María Corina Machado, candidata unitaria de la oposición a las elecciones presidenciales, apele la inhabilitación arbitraria que pesa sobre ella. Un pésimo trato para la oposición venezolana, a primera vista. Los principales mecanismos de presión sobre el gobierno para que emprenda reformas democratizadoras desaparecieron casi completamente en un santiamén, sin garantía alguna por la otra parte. Solo si el veto sobre Machado fuera levantado podríamos al menos creer que hay una transición en marcha y que, por lo tanto, los acuerdos entre Miraflores y la Casa Blanca suponen un beneficio para el esfuerzo por restaurar la democracia venezolana.

Asumamos que nada de eso ocurre. Que la inhabilitación se mantiene, el statu quo autoritario persiste incólume y, sin embargo, EE.UU. no restaura las sanciones e inaugura así una nueva etapa, en general amistosa o cuanto menos acrítica, en sus relaciones con el chavismo. Vuelvo con la pregunta: ¿Nos debe sorprender? No, por supuesto. No sería la primera vez que Washington se toma de manos con un régimen antidemocrático si lo cree conveniente a sus intereses (que, en el presente caso, pudieran ser sobre mercados energéticos y alejar de la influencia de potencias enemigas a un país geográficamente cercano). Basta con recordar su espaldarazo a dictaduras latinoamericanas anticomunistas, pero además sangrientas, durante la Guerra Fría. Contemporáneamente, ahí está su abrazo a autocracias en el Medio Oriente, como Arabia Saudita y Egipto.

Dicho esto, hay algo de ridículo en la pose de sabiduría de quienes (llamémoslos nihilistas pantalleros) reaccionaron al alivio de sanciones y a la entrega de Saab aduciendo que “nadie puede sentirse decepcionado”, considerando que Estados Unidos es igual que los demás países en su desapego a los valores universales. Eso no es cierto. Es un hecho irrefutable que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, entre las grandes potencias, la que más ha promovido la democracia en el mundo es EE. UU. De forma inconstante y a menudo hipócrita, ciertamente. Pero lo ha hecho.

Como sucede demasiado a menudo, la comprensión de este fenómeno pasa por aceptar sus distintos matices, aunque sea complicado. Simplista, y por eso mediocre, es caer en uno de los extremos del maniqueísmo: romantizar al Tío Sam como un impoluto guerrero servidor de la democracia o como un valedor sempiterno de la opresión de terceros. Nadie se decepciona porque Rusia o China exportan sus moldes autoritarios a otras latitudes, porque nadie espera que se esas potencias se comprometan con la democracia en primer lugar. En cambio, con Washington cabe al menos una posibilidad. Puede darse o puede no darse.

Además de los nihilistas pantalleros, hubo otro grupo de venezolanos que reaccionó a las concesiones de Estados Unidos a Nicolás Maduro y compañía desestimando y desdeñando las protestas de sus compatriotas. Son aquellos que emigraron al país del norte y han hecho del respaldo al gobierno de Joe Biden, o del Partido Demócrata en general, parte de una nueva identidad que coexiste con la vieja, la de ciudadano venezolano. Como es Biden quien tomó las medidas que desencadenaron un torbellino de rechazo por estos lares, salen en su defensa, aduciendo que la prioridad del presidente de Estados Unidos es defender los intereses de Estados Unidos. No los de venezolanos. Y si se tiene en cuenta que en Venezuela había ciudadanos norteamericanos presos, con más razón.

Todo bien hasta ahí. El problema está en decirles a los venezolanos en Venezuela que su molestia es estúpida. Vaya solipsismo burdo. Una falta total de empatía. Desde la relativa comodidad de un café en Coral Gables no puedes decirle a alguien que está atravesando su tercer apagón del día, en Araure, que no tiene razones para sentirse desilusionado por lo que el gobierno de Biden acaba de hacer. Esas personas no tienen ni una oportunidad de ver justicia en su propio país, así que pusieron sus esperanzas en que, tal vez, la de aquellos Estados donde por lo general sí se cumplen las leyes actúe. 

Sospecho que la motivación de aquellos venezolanos es el pánico, por demás razonable, que tiene la mitad de los habitantes de Estados Unidos por un posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

Como Biden será el encargado de evitar que tal cosa ocurra, han llegado a un punto en el que se toman cualquier crítica al actual mandatario como impulso a un peligro existencial. No reparan en que prácticamente ningún votante por allá va a decidir por quién sufragar por la política de Washington hacia un país del que más de 90 % de los norteamericanos no sabe nada. Pueden dejar el dramita. Si la reelección de Biden peligra, no es por eso. Matthew Peterson, vecino de Oshkosh, Wisconsin, no va a votar por Trump porque unos tuiteros en San Cristóbal repudian a Biden.

Lo que sí les puedo decir es que si la actual Casa Blanca normaliza relaciones con Miraflores sin que haya un cambio político, probablemente van a tener que pasar por una situación bastante incómoda: hacer campaña por alguien que para millones de sus compatriotas del otro pasaporte no es más que quien eliminó las sanciones a la elite gobernante venezolana, contra quien las instituyó. Como cada quien piensa primero que nada en sus intereses (epa, ¿eso fue lo que hizo Biden liberando a Saab?), a esos venezolanos no les importará que Trump sea un peligro para la democracia en Estados Unidos.

Tal vez nada de eso ocurra. Tal vez sí hay una transición en marcha en Venezuela, pero no podemos verla aún. O tal vez no la haya y eventualmente Washington reanudará la presión. Pero hasta entonces, el pesar de la gente es comprensible.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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