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Falsas equivalencias inmorales

Me deja perplejo ver a personas haciendo falsas equivalencias entre gobierno y oposición, aduciendo que las dos tienen la misma responsabilidad ética por el daño inmenso que ha sufrido Venezuela

 

@AAAD25

“Meh”. Si tuviera que escoger una palabra que sintetizara la actitud de buena parte de la población mundial hacia la política, tal vez sería ese neologismo de popularización anglosajona (tengo entendido que su hipotético origen es yiddish) pero de uso global, en esta era de nativos digitales. Es, aunque suene paradójico, un grito sotto voce. De indiferencia. Bien sea por desencanto resignado ante lo que se percibe como un futuro irremediablemente oscuro o por fanatismo ideológico que desdeña las posibles consecuencias de saltar al vacío en busca de una utopía.

En Venezuela, la indiferencia pertenece a la primera categoría. Es producto de un gobierno al que la inmensa mayoría de los ciudadanos atribuye el desplome abismal en su calidad de vida mientras no ve que la dirigencia opositora sea capaz de lograr un cambio político. Así hemos estado por unos cuatro años, desde el fracaso del “gobierno interino” de Juan Guaidó. Solo ahora, con la candidatura de María Corina Machado a la presidencia, tal vez se esté revirtiendo la despolitización de las masas venezolanas. La participación asombrosamente alta en la elección primaria de octubre fue un indicio esperanzador. Pero sigue siendo algo hipotético y, de ser real, muy frágil. Como todos los períodos de entusiasmo por la posibilidad de un cambio de gobierno, obviamente puede finalizar en otra decepción amarga si no se cumple un objetivo cuyo alcance hoy sigue viéndose distante.

En síntesis, no es nada fácil tener una buena impresión del liderazgo opositor venezolano, y ni hablar de una excelente. Pero cuando examinamos las razones para el desdén, encontramos que algunas tienen más sentido que otras. A duras penas se le puede reprochar a un ciudadano común que reclame a la dirigencia opositora su ineficacia. Ah, ¿que no es fácil oponerse a un régimen completamente desprovisto de escrúpulos, como este? Sin duda. Pero ese es el desafío que decidieron asumir nuestros políticos. Ningún tercero los obligó. Si aspiran a que las masas los sigan, que en otras palabras reconozcan su liderazgo, tienen que mostrar un mínimo de resultados. Las buenas intenciones no bastan. Además, apartando los retos inherentes al tipo de gobierno, la oposición tiene vicios y errores en sí misma que chocan con su razón de ser. Hablo del sectarismo, de la pobreza comunicacional y sí, porque también hay que decirlo, de la poca transparencia que hace que sospechas de corrupción sean cuanto menos razonables.

Pero los problemas de la oposición en su mayoría son más técnicos que morales. Y aquellos que son morales no se acercan ni remotamente a la inmoralidad de la elite gobernante. Volviendo al juicio sobre la validez de las razones para despreciar al liderazgo disidente, es por esto que me deja perplejo ver a personas haciendo falsas equivalencias entre ambas partes y aduciendo que las dos tienen la misma responsabilidad ética por el daño inmenso que ha sufrido Venezuela. Esto es risiblemente falso en cuanto a los hechos y un vicio moral en sí mismo. Banaliza el perjuicio que la elite gobernante le ha hecho a Venezuela desde 1998 de una forma tan grotesca que es difícil saber por dónde empezar. Intentémoslo, no obstante.

La oposición venezolana no tiene en su haber la aplicación de políticas económicas cuasi estalinistas que asfixiaron el aparato productivo nacional hasta dejarlo sobre cuatro bloques, desencadenando así una escasez de bienes y una pérdida de poder adquisitivo que se tradujeron en emergencia humanitaria compleja. Por el contrario, advirtió de forma constante y sistemática que nos estaban conduciendo a un precipicio más profundo que la Fosa de las Marianas.

Tampoco fue ella la que se apropió indebidamente de las riquezas del Estado venezolano, de nuestra res publica, hasta que quedara incapacitado para cumplir sus funciones de garantizar la vida de los ciudadanos. Las posibles corruptelas en la oposición (verbigracia, el caso Monómeros) son insignificantes frente a los miles de millones de dólares que se esfumaron de las arcas públicas durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Eso no significa que deban quedar impunes, pero los montos simplemente no son tales como para explicar la catástrofe humanitaria. El arrase de escuelas y hospitales públicos, del sistema eléctrico, del dotamiento de agua y combustible solo fue posible por una rebatiña que, comparada con los casos referidos en la oposición, es como Gargantúa y Pantagruel caminando entre liliputienses.

La oposición tampoco es responsable de un aparato de represión, persecución y violaciones de derechos humanos por el que hoy la Corte Penal Internacional investiga a Venezuela. Puede hablarse de situaciones puntuales de violencia opositora, pero son casi todas reacciones a una violencia que ya se estaba ejecutando contra sus filas, desde el oficialismo. Y es una violencia que, de nuevo, palidece frente a la perpetrada por el otro bando. No existe un Helicoide opositor.

Todas estas desproporciones parten de una perogrullada: que es el chavismo el que ha detentado el poder todos estos años. Un poder absoluto. Nunca es igual ni más o menos responsable quien desde la omnipotencia hace trizas un país que quien, fuera del poder, fracasa en su intento de evitar tal cosa. Sugerir siquiera lo contrario es un insulto grosero a la inteligencia. Perogrullo se propone alcanzar a quienes tienen tal osadía, pero ellos corren mucho más rápido y sin ver atrás.

No me parece casual que dos grupos salgan a relucir entre los artistas de la falsa equivalencia en la política venezolana. Por un lado están los militantes de la extrema izquierda poschavista. Esos que rechazan al gobierno pero que odian a la dirigencia opositora porque es “de derecha”. Por el otro lado está la peculiar comunidad online de ultramontanos con afinidad por el autoritarismo. No abrazan del todo al chavismo por sus orígenes marxistoides, pero les encanta encontrarles excusas a sus prácticas más arbitrarias, que al parecer admiran, mediante la criminalización de la dirigencia opositora. Que nadie se sorprenda por la curiosa coincidencia de extremos. Es solo una prueba más de la teoría de la herradura.

Lo más peligroso de estas falsas equivalencias es que son un pretexto para la resignación y la pasividad. Un intento de racionalizarlas. “Como todos son igual de malos, no hay nada que hacer”. Vaya ayuda al statu quo del que nos urge librarnos.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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