Una falsa e inmoral equivalencia - Runrun
Alejandro Armas Abr 02, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Una falsa e inmoral equivalencia

@AAAD25

Llegó la segunda ola de covid-19 y vino con furia. Esta semana se rompió el récord de casos diarios reconocidos por el régimen, con más de 1.300. A diferencia del primer brote duro, el miedo y la angustia son palpables por doquier. Difícilmente hay alguien en Venezuela sin un conocido que haya sucumbido ante el virus. Las solicitudes de ayuda para procurarse concentradores de oxígeno, fondos para gastos médicos o una cama de hospital se han multiplicado de manera asombrosa. De haber ocurrido hace un año, cuando el drama sanitario alcanzó a Venezuela, no hubiera podido esperarse gran cosa. Pero ahora el mundo cuenta con distintas vacunas. Así que si hubo un momento urgente para inocular masivamente a venezolanos, este es.

Y sin embargo, el régimen chavista, mostrando una vez más cuánto le interesa el bienestar colectivo, rechazó las millones de vacunas de AstraZeneca que el programa humanitario Covax tenía listas para entregarnos.

Según la agencia Bloomberg, pretenden reemplazar esas dosis con otras elaboradas por Johnson & Johnson, que son bastante efectivas, pero que Covax no empezaría a distribuir entre las naciones beneficiarias sino hasta julio, sin que siquiera haya garantía de que Venezuela estará entre los primeros destinatarios a partir de ese momento.

No voy a detenerme sobre las implicaciones morales de esa decisión, porque no se me ocurren palabras que puedan describirlas ni me parece necesario, puesto que el horror que cabría esperar entre la población afectada se manifestó en efecto. Tampoco pienso perder mi tiempo cuestionando las razones esgrimidas por el régimen, basadas en la «soberanía científica» (si les interesa, averigüen quién fue Trofim Lysenko) y en hallazgos no especificados a manos de sus especialistas no especificados (me pregunto si entre ellos estará Sirio Quintero, autor de una «cura» de la covid-19 hecha con saúco, pimienta y demás vegetales, cuyas «teorías» en la materia fueron compartidas con gran entusiasmo por Maduro en una ocasión).

Me propongo más bien aprovechar esta triste oportunidad para recalcar cuán disparatada es la tendencia, en ciertos círculos de opinión, a señalar que nuestro infierno, en todos sus aspectos (político, económico, social y, ahora, sanitario), es consecuencia de una falta de acuerdos entre el régimen y sus adversarios, por la cual ambas partes tienen igual responsabilidad.

Aunque reconocen que desde Miraflores no se procede con espíritu democrático, al mismo tiempo le reclaman a la oposición por una supuesta intransigencia maniquea.

Por no ocupar espacios de poder que, según ellos, siguen abiertos. Por negarse a negociar con el contrario cuando surgen oportunidades y por plantearse objetivos «maximalistas». Por recurrir a métodos «antipolíticos», extremistas y desprovistos de ética. Por dizque despreciar los padecimientos del venezolano común en medio de la crisis humanitaria y pensar solo en obtener el poder.

Cabe agregar un poco de contexto a las últimas noticias (con minúscula; o sea, a los acontecimientos actuales y no al vástago periodístico de Ana Luisa Llovera y Francisco «Kotepa» Delgado devenido en panfleto chavista). Recordemos que antes de que voceros del chavismo aparecieran haciendo ascos a la vacuna de AstraZeneca, hubo un alivio moderado cuando se anunció una concertación entre el régimen y la oposición encabezada por Juan Guaidó con miras a traer a Venezuela millones de vacunas. La disidencia, mediante su trato con Washington, se comprometió a habilitar los fondos necesarios para cancelar los medicamentos.

El chavismo, por su parte, como depositario del control del territorio venezolano, debía permitir que las vacunas fueran distribuidas. Es exactamente el tipo de acuerdo por el que tanto claman los «ni nis» de nuevo cuño. Pero ahora, «soberanía científica» mediante, todo indica que el acuerdo no se materializará, debido a decisiones unilaterales.

¿Hay algo nuevo o sorprendente en todo esto? Por supuesto que no. A nadie puedo culpar si perdió la cuenta de las veces que ha ocurrido. Ahí está la pila de intentos de diálogo y negociación que no llevaron a ninguna parte porque el régimen no quiso ceder nada de su poder y privilegios. No pienso ser el abogado de la dirigencia opositora ante la opinión pública (mis críticas a su falta de visión estratégica no son a puerta cerrada), pero no acepto que se falsee la realidad con total desparpajo. Digan lo que digan de esa dirigencia, sus intentos por poner fin a nuestra crisis política de manera ordenada y nada traumática fueron muchos. Con mediación del Centro Carter, de César Gaviria, de José Luis Rodríguez Zapatero (ugh), de la Santa Sede, del Reino de Noruega, etc. ¿Y acaso lo solicitado en esas reuniones fue mucho? ¿Es «maximalista» una transición pactada, que incluya a elementos del chavismo, con miras a unas elecciones libres, y que hasta deje de lado ciertas consideraciones de justicia? Otra cosa es que el chavismo vea en eso su eventual salida del poder, cosa por demás normal en una democracia, donde ningún movimiento político tiene un derecho exclusivo a gobernar para siempre.

Estos esfuerzos no se han limitado a lo político. Mientras la oposición no cumple su objetivo, también ha procurado que las necesidades socioeconómicas de la población sean atendidas.

¿Qué creen que fue el acuerdo para que entrara ayuda humanitaria de la mano de la ONU en 2019? ¿O aquel otro acuerdo del año pasado entre la Asamblea Nacional, el Ministerio de Salud del régimen y la Organización Panamericana de la Salud para traer insumos con los que detectar y tratar la covid-19? No pasó mucho tiempo para que el Parlamento denunciara el incumplimiento de lo pactado por parte del régimen, con el desvío de material hacia destinos no contemplados en las negociaciones, según reseñó en enero pasado el diario Tal Cual.

Dada la magnitud del problema que estamos enfrentando como país, uno pudiera pensar que todos los señores que repiten sin cesar «pónganse de acuerdo» finalmente admitirían sobre quién recae la responsabilidad. Pero no. Ya se ve a varios de ellos (no a todos, debo reconocer) pontificando que la oposición no colabora. O que debería abstenerse de la expresión en contra del rechazo a la vacuna de AstraZeneca, a ver si así el régimen cambia de parecer.

Lamentablemente no se ve que estos individuos tengan compón. No puedo asegurar qué los motiva a actuar de forma genuflexa, pero está mal por donde se le mire. Ante una situación conflictiva en la que la neutralidad está descartada porque la sociedad de la que uno es parte está en juego, y en la que ninguna de las partes es impecable, culpar siempre a los dos bandos por igual no te hace un dechado de virtudes.

En el mejor de los casos, denota flojera mental por no averiguar exhaustivamente. En el peor de los casos, denota inmoralidad. La evidencia está ahí. Allá quienes se nieguen a asumirla.

¿Quiero yo una salida negociada a esta calamidad? Sí. ¿Es una eventual salida negociada la más factible, pese a todo? Pero asimismo es evidente que por los momentos las condiciones para esa salida no están dadas, pues el régimen no está dispuesto a compartir el poder. Ni hablar de cederlo. Prefiero evitar esa triste realidad y tener mi conciencia tranquila antes que venderle expectativas falsas a la gente.

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