El chavismo es racista, pero no lo sabe, por Isaac Nahón Serfaty
El chavismo es racista, pero no lo sabe, por Isaac Nahón Serfaty

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Nicolás Maduro ha usado la clave racista para explicar el por qué su dictadura ha sido denunciada por los gobiernos de Estados Unidos y Europa. Ha dicho el presidente venezolano que los “genocidas, nazis y fascistas de antes” ahora la habrían tomado contra su gobierno porque odian a los “oscuros de piel”. Aunque el argumento racista busca llegar a la audiencia interna, tiene como objetivo principal la audiencia “progre” internacional, siempre tan sensible a la retórica “etnicista” y políticamente correcta.

Maduro, como en tantas otras cosas, sigue en esto a su maestro Hugo Chávez. El “Comandante Eterno”, como le dicen sus fieles, gustaba mimetizarse como zambo, indio o negro dependiendo de la ocasión. Chávez recordaba en sus discursos, y no sin razón, que en Venezuela ha existido un racismo que pretendió ocultarse bajo la invocación de un virtuoso mestizaje. Es cierto, en Venezuela hubo y hay racismo contra los negros y contra los aborígenes. El fenómeno, como en otros países, tiene raíces culturales, económicas y sociales. Los negros, descendientes de esclavos, fueron brutalmente explotados y marginalizados. Lo mismo sucedió con los pueblos autóctonos, sometidos y muchas veces exterminados por el conquistador español.  

Chávez se valió de la coartada racista para alimentar la polarización que lo ayudó a mantenerse en el poder. El chavismo es una ideología en “blanco y negro”, sin matices, en la que el mundo está dividido fundamentalmente entre víctimas y victimarios. El fallecido presidente gustaba invocar el odio de los blancos contra los “oscuritos de piel” (cosa que decía con cierta sorna). Hay que notar, sin embargo, que el propio Chávez hacía en sus largas alocuciones chistes abiertamente racistas, particularmente contra los negros. El objeto de esas “bromas pesadas” era frecuentemente el afro-venezolano Aristóbulo Istúriz, ahora vice-presidente de la ilegal Asamblea Constituyente y quien ocupó varios cargos en el gobierno de Chávez.

Maduro intenta volver a atizar la polarización racial. Ha dicho incluso que los chavistas son “los judíos del siglo XXI”, haciendo un cínico paralelismo entre la persecución de los judíos por los nazis y la supuesta persecución de la que habrían sido víctimas sus partidarios. Ha insistido que son los “blancos” los que odian a los que “tenemos un colorcito” (lo dice con la misma sorna que ya expresaba Chávez). Claro que Maduro tendrá menos éxito que su jefe espiritual en su propaganda polarizadora. Es un presidente impopular (más de 80 por ciento de los venezolanos lo rechaza), su gestión es un desastre (hiperinflación, escasez de comida y medicamentos, salud pública en retroceso, corrupción) y no tiene los fondos que tuvo Chávez para comprar voluntades.

Pero el argumento racista de Maduro, y del chavismo en general, es una peligrosa chispa que puede encender la pradera en un país sometido ya a una violencia de Estado brutal, como lo ha denunciado recientemente la oficina de derechos humanos de las Naciones Unidas. El chavismo podría definirse como una máquina de odio que ha servido para que una oligarquía cívico-militar se amarre al poder saqueando las arcas públicas, dándole migajas a una mayoría empobrecida y diezmando a la clase media. Esa oligarquía cívico-militar destila un resentimiento racista que no parece muy distinto del racismo que martirizó a los negros y aborígenes.

 

*Profesor en la Universidad de Ottawa (Canadá)