Arde la Escuela de Estudios Políticos de la UCV - Runrun
Arde la Escuela de Estudios Políticos de la UCV

Dos bomberos sofocan el incendio en la EEPA-UCV. Foto: @MiguelBaroneVE en Twitter (Interv. por Runrunes).

Coincido con algunos en lo metafórico que resulta ver a la universidad venezolana en llamas y precisamente las instalaciones donde se estudia a la Política

 

@dhayanamatos

Quizás pueda sonar chovinista (de hecho, no dudo que en este punto lo sea), pero ese amor rayano en el paroxismo que sentimos quienes nos identificamos como ucevistas, solo lo he visto en esta dimensión en el caso de México con la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Allá incluso tienen un equipo de fútbol, PUMAS, que es el orgullo hasta de quienes odian ese deporte. Parecido a lo que sienten por la Virgen de Guadalupe inclusive quienes se califican como no creyentes.

Pero volvamos a la “casa que vence las sombras” como señala la segunda estrofa del himno de la Universidad Central de Venezuela. Esa, más antigua que la República, la de los móviles de Alexander Calder, los murales de Fernand Léger, la del Pastor de Nubes de Jean Arp, la del Orfeón fundado por Antonio Estévez, la que diseñó Carlos Raúl Villanueva y fue declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. Donde la “Tierra de Nadie” es de todas las personas. Donde estudiaron Jacinto Convit y José Gregorio Hernández; José Antonio Ramos Sucre, Uslar Pietri y Andrés Eloy.

De donde salieron las primeras mujeres graduadas universitarias en Venezuela: las hermanas Duarte (Agrimensura), María de Jesús Lión (Odontología), María Fernández Bawden (Farmacia) y Lya Imber (Medicina), como nos lo enseñó la doctora Isabel Zerpa (¡ucevista, por supuesto!) y otras mujeres que le han aportado tanto al país como Inés Quintero, Margarita López Maya, Adícea Castillo, Maritza Izaguirre, Elisa Jiménez Armas, Lilia Josefina Cruz Rodríguez y tantas más…

Esa, que nos formó a centenas de quienes hoy formamos la diáspora venezolana y nos hace sentir orgullo por lo que somos, por lo que aprendimos y nos enseñaron en sus aulas.

La UCV a quien Laureano Márquez (un politólogo ucevista prestado al humor, o un humorista politólogo, o como él se defina, aunque siempre ucevista) le escribió un Credo donde manifestó “la dicha que florece a la sombra de las horas azules del reloj (…)”. Sí, de ese reloj famoso que domina la plaza del rectorado, cerca de donde las chichas y el chichero también son una marca universitaria.

Ya resulta un lugar común señalar que la UCV pasa por el peor momento de su historia, por desidia propia y ajena.

Por una parte, sabemos que a los regímenes autoritarios, como el de Nicolás Maduro, no les conviene que la gente piense, opine, disienta, proponga, analice, debata, cuestione y critique lo que hacen los gobiernos, es decir, no les gusta la razón de ser de las universidades como centros productores de pensamientos e ideas plurales.

Corresponsabilidad de las autoridades universitarias

Por otra parte, no se puede ocultar la deficiente gestión de las autoridades universitarias. Y decir eso, no implica que no se tenga en cuenta los intentos por asfixiarla económicamente, por cortar esa autonomía por la que siempre se ha luchado; eso es innegable, pero no es lo único. Falta más por parte del equipo rectoral; más iniciativas, acciones que vayan más allá del enfrentamiento con el gobierno y se ocupen de los problemas internos. Alguien puede pensar que digo eso porque no soy yo la que tengo que dar la cara y es probable que tenga razón, pero también es cierto que en estas horas aciagas de la UCV se requiere un liderazgo sólido, que defina bien los propósitos y los intereses ucevistas.

Traigo todo esto a colación a propósito de lo que ocurrió el miércoles 30 de junio: el incendio de la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos (de la EEPA como es conocida).

Si bien el incendio de cualquier instalación ucevista me entristece, en este caso aun más. No es cualquier escuela, es “mi escuela”, donde pasé tantos momentos increíbles aprendiendo y compartiendo con personas que hoy, después de más de veinte años, se cuentan entre mis amistades.

Desde ya manifiesto que no voy a pedir disculpas en caso de que a alguien le parezca una exageración o cursilería. Es probable que lo sea, pero sí sentí un gran dolor, un desgarro, una rabia inmensa de ver el fuego, a los bomberos universitarios sin agua y sin implementos para apagarlo, los mensajes por las redes pidiendo ayuda porque “la EEPA se quemaba”…

A lo que hay que agregar, como ya han señalado algunas personas, lo metafórico que resulta ver a la universidad venezolana en llamas y precisamente las instalaciones donde se estudia a la Política.

Miopía tuitera

Todo esto generó mensajes de apoyo y de rechazo. Entre ellos, quiero señalar uno de un influencer que se la da de analista político, quien parecía congraciarse con lo sucedido y manifestaba que estaba bien porque de la EEPA salía buena parte de quienes están en la actividad política.

Al leer esto, me acordé de un politólogo ucevista, el profesor Ángel Álvarez, quien fuera director del Instituto de Estudios Políticos (IEP) y mi jefe, famoso por sus comentarios inteligentes, llenos de ironía, que activan a la horda twitera que solo busca a quién atacar.

Y me acordé de él por varias razones. Una, porque como tantas otras personas estudiosas de la Ciencia Política, le explicaría al flamante “analista” que quienes estudiamos esta disciplina sabemos diferenciar lo que significa como objeto de estudio de lo que es la acción política. También le diría que probablemente su análisis político de influencer era mejor que el que podía hacer un humilde politólogo como Álvarez, especialista en temas electorales y con un PhD en Ciencias Políticas por la Universidad de Notre Dame. ¡Vaya la ironía por delante!

En todo caso, esa confusión de “gimnasia con magnesia” del influencer solo es muestra de lo que la profesora Jacqueline Ritcher llamó en un trino “ignorancia supina” y me hizo acordar al padre Francisco Arruza (también soy ucabista), quien en clases de Lógica Jurídica en la UCAB cuando “metíamos la pata hasta el fondo”, siempre señalaba que en Oxford esas cosas no pasaban y que se trataba de “ignorancia crasa y supina”.

Ningún “nido de comunistas”

Pero allí no se queda la cosa. También se ha venido indicando desde el día del incendio que la EEPA es un “nido de comunistas”, para desprestigiar lo que allí se enseña. Y quiero hablar un poco de mi experiencia como estudiante de esta carrera.

Cuando era estudiante, las materias que cursé y el pénsum de estudio era multidisciplinar y bastante amplio. Por ejemplo, veíamos Economía en varios semestres y estudiamos a John Maynard Keynes, Friedrich Hayek y por supuesto a Karl Marx. Por cierto, en el último curso de Economía del décimo semestre, teníamos que leer El capital completo. Conservo rayados mis tres tomos de esta obra de una edición del Fondo de Cultura Económica. También recuerdo con mucho cariño y respeto a Jesús Guerra, el profesor que impartía el último curso, no solo por lo que me explicó del materialismo histórico sino por su don de gente. En definitiva, estudiamos el marxismo, pero también las corrientes liberales. En este último caso, no solo desde la economía sino desde la filosofía política. Recuerdo haber cursado un par de seminarios sobre John Rawls.

Docencias memorables

Pero aprovechando que estoy recordando cosas de la EEPA, no puedo dejar de hablar de mi gran maestra, mi querida y admirada Magaly Pérez Campos, profesora de Historia de las Ideas Políticas Modernas, que con su manera de dar clases incentivaba el estudio por este tema. Fui su pasante con otros compañeros y compañeras cuando se preparaba para su concurso de oposición para ingresar al IEP. Siempre le estaré agradecida por todo lo que me enseñó.

Unos años después, cuando hacía una maestría en Ciencia Política fuera de Venezuela, me preguntó un compañero de clases cómo yo, “subdesarrollada” (no con esas palabras claro está), estaba tan actualizada en las corrientes teóricas modernas si venía de un país atrasado (tampoco con estas palabras), le contesté como se merecía, pero en el fondo de mi corazón agradecí a Magaly Pérez Campos por lo que me enseñó.

También recuerdo a Luis Salamanca, profesor de Historia de los Movimientos Sociales Contemporáneos, quien nos enseñó La Marsellesa. Mi mente vuelve a esa época y me veo sentada en un pupitre cantando “Allons enfants de la Patrie… Le jour de gloire est arrivé…”.

Las clases de Elena Plaza de Historia de Venezuela también eran magistrales. La memoria me juega una mala pasada, pero creo que en esa época se ganó un premio de la Fundación Polar.

Me vienen a la mente mi primera clase en la EEPA con Henry Georgette, que fue excelente desde el comienzo; las de Estructuras Internacionales con Carlos Romero y un general que fumaba como una chimenea, no me acuerdo su nombre; las de Estadística con Germán Campos y Bertha; Teoría Política con Pedro Guevara; las de Organización con Ana Ortuño y Eduardo Pozo (hablar de Pozo me pone una gran sonrisa en los labios porque disfrutábamos tanto de sus salidas que estaban por encima del bien y del mal); me acuerdo cómo me jactaba de que “jamás” le llevé un café a Leandro Area, el de Psicología Social (sus clases eran a las 7 de la mañana y siempre alguien le llevaba un café) porque yo no iba a “jalarle” a nadie.

Víctima de la «izquierda caviar»

Otra, a quien no olvido, es a la profesora de Sociología, de nacionalidad italiana; se había graduado en La Sorbonne y casado con un venezolano. Era brillante, muy buena profesora, pero con esas actitudes de “izquierda caviar” que juzga sin saber la realidad de las demás personas. No me quería porque yo había entrado por prueba interna y no por el CNU, además, mi pecado no quedaba allí: yo estudiaba dos carreras a la vez y mi peor delito, la otra, Derecho, la estudiaba en la UCAB, en una universidad privada. Me imagino que, en su mente, yo formaba parte de la clase alta venezolana; si me hubiese preguntado, le hubiese contado que mi mamá era maestra y mi papá manejaba un camión, vendía queso llanero, pero que él decía que en mi casa podía faltar plata para comida, pero jamás faltaría para comprar un libro.

Esa profesora tenía un método particularmente sádico para entregar las calificaciones de los exámenes. Empezaba por quien tenía la mayor calificación, la decía públicamente y terminaba con quien tuviera la peor. Ya cuando nombraba a quienes sacaban 11 o 10, a quienes no había nombrado, comenzaban a sudar, estaban en la lista de aplazados. A mí me pasó la primera vez, cuando ya iba por 08, internamente me preguntaba ¿qué hice yo en ese examen?, mientras ella seguía con su tortura. Terminó de dar las calificaciones y no me nombró, le dije que yo faltaba y me respondió que hablábamos al final de clase, lo que hicimos.

Me dijo que mi examen estaba muy bueno y, palabras más, palabras menos, quería saber de quién me había copiado. Tal y como lo cuento. Así que ante una persona prepotente me sale ser prepotente y media, le contesté que, según su argumento, yo me estaba copiando desde preescolar y tuve que confesar que estudiaba en la UCAB. A partir de este día, siempre me llamaba la atención porque me sentaba en las últimas filas de la clase y no adelante con el séquito de admiradores.

La EEPA, una ventana a la pluralidad

Bueno, me extendí contando algo que me marcó, pero la idea era hablar de mi experiencia en la EEPA, además, ligada con mi paso como investigadora contratada por el Instituto de Estudios Políticos. Allí compartí con Rodolfo Magallanes, Gabriel Guerón, con el profesor Ángel, Magaly Pérez Campos, Estrella, Mirtha, con otras personas quienes, como yo, comenzábamos… Veíamos desde lejos a los grandes maestros como Diego Bautista Urbaneja y Miriam Kornblith, nos contaban las historias de García Pelayo, Juan Carlos Rey…

También llegué a participar (en calidad de oyente, estaba para aprender) en unos conversatorios maravillosos donde estaban Arturo Sosa, José Virtuoso, las investigadoras y los investigadores del IEP, a veces había personas invitadas y, quienes estudiábamos, lo veíamos como una oportunidad de poder estar escuchando a las maestras y a los maestros.

Y tenían distintas posturas ideológicas, comunistas, socialistas, liberales, nini, cada quien con su visión del mundo y su forma particular de enseñar. Eso es, era y será para mí la EEPA, una ventana al conocimiento, a la pluralidad y creo que, aunque la infraestructura física esté quemada, existe y existirá en la experiencia de vida de quienes transitamos por los pasillos de ese galpón.

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