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Desorden, incertidumbre e infiltración

Imagen de Carlo Giambarresi, en Instagram: @crl_mrx (Interv. por Runrunes)

Hoy comprendemos mejor que el chavismo azul es tan oscuro, tenebroso y peligroso como el rojo. Ambos son enemigos del país.

 

@ArmandoMartini

Palabras con olor a peligro, sabor acre, nunca ausentes en la agitada historia venezolana. Hemos vivido en el desorden… “¡bochinche, bochinche!”, se quejaba Francisco de Miranda en aquella Venezuela que amó con pasión insondable, y que no supo comprenderlo.

El desbarajuste y la desorganización crean incertidumbre. Abandonar propósitos, saltos de talanquera en empresas y partidos porque algún capricho no fue complacido, también. La industria petrolera que especialistas extranjeros instruyeron tener y manejar, sin enseñarnos en poner orden, ni a dejar de conducir la conformidad como camino en desarrollo.

Siempre estorbos de la existencia, frenos paralizantes fijadores al desarrollo, sabotaje inconsciente a la prosperidad, que es un proceso y no solo una meta. Sin embargo, en la historia como pueblo, otra complicación emerge: la infiltración, que es distinta a la formación.

Infiltrados desde la Colonia

Durante la colonia nos formaron como integrantes del imperio, pero infiltrados con escepticismo y recelo, ante la importancia y legitimidad de la monarquía. Lo que resultaría motor valioso para la independencia fue a su vez obstáculo. Porque titubeaba el respeto y acato a la corona, y vacilaba la conveniencia de liberarnos de ella.

A lo largo de dos terceras partes del siglo XIX, hecha la independencia, fuimos un país arruinado, asolado, diezmado. Y sobrevivientes infiltrados por dudas, faltos de lealtad hacia los mandos, así logró un bárbaro de apellido Carujo increpar a un sabio honorable y digno como José María Vargas.

¿Carujo tendrá razón?

¿Carujo tendrá razón?

Solo la ferocidad represora de Juan Vicente Gómez imposibilitó que lo derrocaran. Pero no impedir la infiltración de ideas renovadoras que serían base de la Venezuela moderna y democrática de la segunda mitad del siglo XX.

La infiltración pudiera ser siembra de ideas y actitudes positivas; también, un cáncer que se reproduce insidioso, virulento y que pasa desapercibido. Los infiltrados, como en la variopinta, quejosa y codiciosa oposición de hoy, confunden desorden con iniciativa y defensa de la razón, la suya.

Se infiltra el poder para debilitarlo. Hemos sido infiltrados por la vergüenza infame del comunismo y deshonra castrista. Que nos trajo equivocaciones, tozudeces, tortura, exilio, presos políticos, cárcel y muerte. Sembró dificultades y atiborró de obstáculos el desarrollo de quienes aspiran a establecer la democracia. Sin embargo, el traspié de permitir la presencia de la ambigüedad, titubeo e imprecisión promovió a irresolución, financió la ambición fortaleciendo interpretaciones y malinterpretaciones a conveniencia.

No solo el régimen infiltra

En Venezuela padecemos una dictadura opresora, embustera, violatoria de la legalidad e incompetente para todo, excepto para perpetuarse en el poder. Y, la contraparte antagónica, un adversario que malinterpreta libertad y tergiversa compromiso, que no rinde cuenta ni honra la palabra empeñada. Traicionando a la ciudadanía y enredándose con infiltrados. El éxito infiltrador es responsabilidad de los dirigentes tradicionales y de los nuevos, además de los que para reparar errores no luchan dentro de sus partidos, sino que fundan nuevas exégesis.

La infiltración no es solo estrategia del régimen, también actitud pecaminosa de bufos, mentirosos y envidiosos que aturden a la oposición, sumiéndola en el desorden y la incertidumbre. A diferencia del chavismo, infiltrado y desunido él mismo, pero controlado por la implacable imposición del mando.

Hay quienes –con derecho y legítimo albedrio– se niegan aceptarlo. Pero el ciudadano poco a poco va descubriendo que el régimen y sus agentes incluyen en sus nóminas a supuestos opositores. De allí, la pérdida enorme de confianza y el quebranto en la credibilidad. Hoy comprendemos mejor que el chavismo azul es tan oscuro, tenebroso y peligroso como el rojo. Ambos son enemigos del país. ¡No es hora de llanto ni crujir de dientes!

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