“Mátenlos a todos…” - Runrun
Julio Castillo Sagarzazu Ene 13, 2021 | Actualizado hace 1 mes
“Mátenlos a todos…”

@juliocasagar

“Mátenlos a todos, que Dios sabrá reconocer a los suyos…”. La frase se atribuye a Simón de Montfort, oficial de las fuerzas papales que comandaba el sitio de Beziers, donde los protestantes cátaros se habían hecho fuertes. Al quebrar la resistencia y entrar a saco a la ciudad, se cuenta que le preguntaron cómo se hacía para diferenciar a los buenos católicos de los protestantes, a la hora de pasarlos a cuchillo. Dicen que aquella fue la respuesta.

Este episodio, y el de la Noche de San Bartolomé, que dejó más de 7000 muertos, son pruebas de hasta dónde el fanatismo puede llevarnos.

Ambos hechos ocurrieron en la época de las monarquías absolutas; pero no son exclusivos de ese tiempo en el que no había el rasero de la ley para tratar de evitar monstruosidades. En pleno siglo XX, y con un gobierno elegido por voto popular, la humanidad conoció la prédica de un personajillo torcido, devenido en canciller alemán, que proclamó la superioridad de la raza aria, la necesidad de un espacio vital para ella y convenció al pueblo más culto de Europa para que lo siguiera. Con las consecuencias que todos conocemos.

Hoy, de nuevo, más de 80 años después, “el fantasma de los fanatismos recorre el mundo”. Nuevas versiones de los liderazgos que han conducido a la humanidad a estas tragedias han tomado forma, alternativamente, para dejar sembrado de minas el territorio del futuro.

Hace algún tiempo, los terrícolas creíamos que la inestabilidad era un asunto del tercer mundo y que las imágenes de gente matándose entre sí por asuntos políticos, religiosos y tribales, seguirían apareciendo, como siempre, al final del noticiero televisivo con la consabida frase de cierre del locutor que afirmaba: “La ONU ha solicitado el cese de las hostilidades y hace un llamado a las partes para que entablen el diálogo”

Pues eso era antes. Las imágenes del asedio y asalto al Capitolio norteamericano, las acciones de grupos filoterroristas de acción directa o propaganda como ANTIFA o QAnon; las otras imágenes de centenares de personas armadas con equipos de asalto militar, paseándose en las calles, son para poner los pelos de punta. La afirmación, de acuerdo con la cual los Estados Unidos están TÉCNICAMENTE más cerca que muchos otros países de una guerra civil, no es desgraciadamente un argumento peregrino.

En efecto, un país en el que hay casi 300 millones de armas de fuego (sí, ¡300 millones!) en poder de la población civil, donde el discurso político y el fanatismo ha adquirido proporciones alarmantes y donde el descreimiento en las instituciones conoció un ascenso vertiginoso en las últimas semanas, se puede convertir en campo propicio para que cualquier cosa pueda pasar. Las pasiones desatadas pueden desbordarse en algún momento. Y no hay fuerza policial o militar en el mundo capaz de controlar a 300 millones de armas disparando a la vez.

Hay que hacerse entonces la pregunta: ¿Es el momento de acentuar las tensiones o de tratar de lograr equilibrios y regresar a la normalidad?

La respuesta pareciera obvia pero desgraciadamente no lo es. Una de las consecuencias del fanatismo es la frivolidad con la que se juzgan los peligros. Voy a referir una corta anécdota que lo demuestra. Me la contó el buen amigo Antonio Ecarri: hablábamos de los esfuerzos que hacíamos con amigos y familiares en la época de las llamadas guarimbas para convencerles de que las acciones aisladas no llevaban a ninguna parte; que en la política son las grandes movilizaciones y no los pequeños focos los que pueden transformar la realidad. Me dijo que se había acercado a unos jóvenes que custodiaban, con orgullo, su barricada y les alertó de que la exacerbación de esa conducta podía llevarnos a una guerra civil. Sorprendido, escuchó la respuesta de una chica que le aseveró con toda la ingenuidad y también con toda la irresponsabilidad del mundo: “¡Ay, sí qué chévere!, aquí lo que hace falta es una guerra civil para sacar a estos malandros”.

Es realmente espeluznante escuchar hoy a personas cercanas justificando la violencia en los Estados Unidos dependiendo de si viene de donde son partidarios o no. Aterra pesar que ensalzan el desfile de gente armada dispuestas a matar a otro (como ha sucedido) como medio de defender ideas o supuestos derechos.

Es igualmente preocupante constatar la cantidad de personas que están de acuerdo con “verle el hueso” a lo que está pasando. Unos quieren que Trump se dé un autogolpe, declare la ley marcial y fusile a los pederastas, globalistas, comunistas y musulmanes que «protege» Biden. Y otros alegan que a Trump hay que destituirlo; quitarle todas las redes sociales y sacarlo por la puerta de atrás de la Casa Blanca, donde lo espere un coche patrulla que lo lleva a la cárcel.

En este ambiente solo puede prosperar una tragedia.

La suerte de los Estados Unidos y de buena parte del mundo libre, de su economía y su vida civilizada, va a depender de cómo el liderazgo norteamericano maneje esta situación. Afortunadamente, mientras emborrono esta cuartilla, leo que Biden está descartando iniciar un inútil impeachment. Mientras Trump, aparte de la malacrianza de no asistir a la toma de posesión, ha declarado que habrá una transición tranquila.

El esfuerzo por construir nuevos consensos para avanzar, para enfrentar la pandemia y para recuperar la economía y la normalidad en la vida de los norteamericanos no será una tarea fácil. Pero es la única vía para salir del atolladero. Si no se impone la sindéresis, la negociación y la convivencia, se estará abonando el camino para que la mitad de ese gran país oiga los cantos de sirena de cualquier pintor de brocha gorda, como los que sedujeron el pueblo alemán, y salga a matar a la otra mitad.

Hace falta que el liderazgo norteamericano tenga la inteligencia de Ulises y se amarre al mástil de la nave, para que el país no caiga en la tentación de la violencia.

Ni la cultura, ni las tradiciones, ni las voces aisladas pueden detener las tragedias, una vez que echan a andar. Nunca se puede descartar que un loco recorra la avenida Pensilvania al grito de “MÁTENLOS A TODOS”. Solo la fuerza del liderazgo UNIDO puede evitar que el Potomac se convierta en un río de sangre. Como se convirtió el Sena la noche de San Bartolomé…

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