Entrevista | Faitha Nahmens: “Volví porque no quería salvarme de Venezuela sino en ella” - Runrun
Entrevista | Faitha Nahmens: “Volví porque no quería salvarme de Venezuela sino en ella”

Imagen: ilustración de @raymacaricatura

@cjaimesb

Faitha Nahmens Larrazábal es brillante, divertida, observadora. Excelente anfitriona. Escribe con un estilo único, lleno de fuerza y erudición. Como buena periodista, indaga. Busca más allá de lo obvio. Se involucra. Ama y sufre con sus reportajes. Uno de ellos se transformó en libro y narra la historia del Gandhi venezolano (como ella lo acuñó y cada vez más lo aceptamos) Franklin Brito. Un hombre vertical, entero, “de una pieza”, aun pesando 33 kilos. Franklin Brito, anatomía de la dignidad, es un libro que todos los venezolanos debemos leer y que quedará como testimonio de unos de los tantísimos horrores del chavismo.

La Faitha mamá supo cortar el cordón umbilical con Simón, su único hijo, aunque acepta que su regazo virtual siempre estará ahí para cuando él lo necesite.

Como periodista siente y lamenta que a Venezuela hayan regresado prácticas y costumbres de represión obsoletas en casi todo el mundo civilizado.

¡Y es porque no somos un país civilizado! La censura, la hegemonía comunicacional, la tortura, los asesinatos de periodistas son páginas oscuras que habrá que investigar, juzgar y castigar cuando retorne la democracia que se fue.

Faitha tiene un estilo personal muy marcado: siempre usa sombrero. No por alguna razón en particular. La costumbre comenzó cuando admiraba los que usaba su madre y las hermosas cajas en donde venían. Ya lleva veinte años usándolos. Le pregunté cuántos tenía y me respondió que quizás unos cincuenta. Riendo asegura que los usa para que le “agarren las ideas”, pero también le han servido para que la encuentren en marchas, protestas y otras ocasiones.

Vivió fuera, pero regresó. Está enraizada en Venezuela. “Sembrada”, como dice Valentina Quintero. Es sobrina del expresidente Wolfgang Larrazábal, sobre quien está preparando un libro. Sigue involucrada en planes artísticos, de empoderamiento de barrios, de denuncias, de construcción y creación. ¿La razón? Quiere salvarse en Venezuela… salvando a Venezuela.

Faitha Nahmens está preparando un libro sobre su tío, el expresidente Wolfgang Larrazábal.

– Escribes maravillosamente bien. Tus escritos tienen una fuerza y se nota mucha erudición detrás de ellos. Cuéntame cómo te iniciaste en la escritura y cómo has madurado en ese campo.

– Las vocaciones son un misterio fantástico: el indagar qué hay detrás de una pasión o una habilidad; como el que hace que te enamores de una persona y no de otra. La palabra siempre me sedujo, su caligrafía tanto como que contuviera pensamientos y arcanos. Desde antes de saber leer, leía, es decir, inventaba, y recortaba cosas escritas y hacía pequeñas revistas para mis muñecas. La fantasía se convirtió en opción de vida. Pero antes que decidirme por Letras o Filología o Sociología junté en el periodismo mi amor por la calle y la vida de ciudad, los cuentos de la superficie, con el gusto por narrarlos. Esa atención por decir y oír te permite corregirte, formarte. Aprendes escribiendo y leyendo, que se parecen tanto. Leyéndote a ti mismo cuando trabajas un texto —borrando y detectando la música—, y sin duda leyendo a los autores que embelesan, tus maestros.

– Eres periodista y en Venezuela los periodistas, cuando llegó el chavismo, se convirtieron en la oposición que Chávez había pulverizado con su discurso. ¿Cómo evalúas estos años?

– Chávez creía que algunos medios de comunicación eran partidos políticos, porque el periodismo no puede ejercerse sino en democracia; cuando esta merma, al periodismo lo ven alzarse como ave de mal agüero. Con un discurso preconcebido oficialista, verdades a medias e inventos direccionados desde la tenaz hegemonía comunicacional, el periodismo independiente, cuyo norte es indagar y revelar, buscar la verdad o lo más parecido a ella, se vuelve cada vez más un oficio incómodo. Hablando de aves, recordemos que en la guerra se extinguieron las palomas mensajeras: las mataron a todas.

En estos años de censura, cierre de medios y ataques físicos a periodistas (muchos han muerto), decir es un atrevimiento; y decir los yerros, incluso los tantos a la vista, se considera ofensivo por parte de quienes prometieron freír cabezas en aceite hirviendo. Si el periodismo es cuarto poder, es amenaza para quien defiende el poder único. La libertad de expresión es un derecho humano, un enunciado político, sí. Y universal.

En Venezuela se castiga el querer correr la cortina del disimulo, del ocultamiento y del engaño con cárcel: lo que el resto del mundo ha abolido ya.

– Has escrito mucho sobre arte, artistas, escritores, arquitectos, en general, de personas que hacen país. ¿Tienes esperanza en el futuro de Venezuela?

– Por supuesto. Conoces un creador y su persistencia y sabes que es posible. Entrevistas a varios y los ves comprometidos en Petare o en La Unión (me gusta el nombre) y casi crees que falta poco para el cambio que asociamos correctamente con la sustitución del modelo político, aunque abarca mucho más: políticas ingeniosas de participación y la reconstrucción en consenso de lo que somos y queremos ser. Atlas sosteniéndonos a nosotros mismos, apuesto a que, con los músculos fortalecidos por la resistencia y el debate, podremos defender la democracia. Muchos retornarán a esa fiesta acaso sobre territorio minado para convertir el caos y la oscuridad en república. No será fácil, pero lo haremos. Sí se puede. Tenemos que tener esperanza y buscar el consenso.

– Háblame de Faitha, la madre.

– Mi hijo Simón es mi mejor amor, me calibra y me conmueve siempre. Pese a la distancia geográfica y el largo tiempo sin vernos —protocolos complejos, embajadas idas, y ahora la pandemia—, es una total certeza en mi vida. En los últimos siete años nuestra cotidianidad ha desfilado de manera fragmentada a través de una pantallita. Con conversaciones y fotografías hemos construido un rompecabezas de gestos, imágenes, sonrisas, canciones, libros leídos, el nuevo corte de pelo. Y aunque lo extraño inmensamente, me alegra su vida. Lo que sueña y lo que hace. Ser madre es saber que el cordón umbilical fue útil nueve meses y desde entonces pasó a ser objeto imaginario cuando una tijera nos volvió dos. He querido ser alguien que le muestra realidades, bellas y terribles, y sus paradojas, pero sobre todo una persona con quien siempre puede contar: que pese a sus 23 y su metro 82, sepa que, aunque virtualmente, puedo ejercer de incondicional regazo. Creo que soy madre con orgullo y sobre la marcha. Y he sido optimista.

«Con conversaciones y fotografías mi hijo Simón y yo hemos construido un rompecabezas de gestos, imágenes, sonrisas, canciones, libros leídos, el nuevo corte de pelo».

– Tu libro sobre Franklin Brito es un testimonio lapidario sobre una de las peores injusticias cometidas por el chavismo. ¿Cómo fue la experiencia de escribirlo?

– Fue dura, mucho. Me zambullía en los apuntes y el cartapacio de documentos penosos con perplejidad y absoluta tristeza. Quería verlo a él desde todos los ángulos posibles, como un ciudadano involucrado en un asunto político y legal desmesurado, y como un agricultor soñador que protagonizaba un proceso existencial inédito.

Conseguí a un ser de una pieza que la justicia convirtió en blanco de su despropósito. Franklin Brito murió de 33 kilos, terqueando lo suyo, sus derechos, exhibiendo una verticalidad que muchos vieron insensata.

Porque a él no le pasó nunca por la cabeza negociar su propiedad —¿un pedacito? ¿cuál? ¿por qué?— pero sí se creyó todas las promesas que le hicieron con relación a resolver el solapamiento de sus linderos y a la restauración de su titularidad. No sé cómo sorteó el sinfín de engaños y crueldades que engordan el expediente de su caso: lo maltratan, lo botan del trabajo, lo secuestran, le dan un tractor pero le prohíben comprar gasolina, porque imaginarán que va a incendiar Ciudad Bolívar. Por eso reincide con la protesta pública y hace nueve huelgas de hambre. Ofrenda su cuerpo y lo convierte en el terreno donde acaso aún se libra una lucha que no está perdida. En Franklin Brito anatomía de la dignidad, editado por Cedice, me aproximo, también admirada, a nuestro Gandhi.

– Has vivido fuera de Venezuela y pudiendo haberte quedado, decidiste regresar. ¿Por qué?

– Afuera descubres y valoras maravillas de tu identidad que apenas sospechabas. Londres es una ciudad en mayúsculas, compleja y sincrética, a la vez que tan seductora. Miami es un proceso de mixturas con mucho mejor clima. Pero mi valija, recargada en ambas estancias, contenía a Venezuela. Soy de aquí, no soy universal, soy caraqueña, no me imagino ser astronauta, tanto que pasa en mi calle ¿cómo visualizar lo que ocurre a años luz? Me gusta esta tendencia a la rumba, este sol, la tenacidad de los araguaneyes, las potencialidades que tenemos como archipiélago urbano, nuestra afectividad pese al miedo (por el que subimos las murallas), la cebolla que somos y las capas de modernidad junto con tejas coloniales que nos hacen mestizos en todo, arquitectura o gastronomía, y esa cierta levedad de ser que podemos aprovechar a favor. Además me siento comprometida con lo que vivimos. Me interesaba el tema de las vacas locas, pero quería saber con dolorosa pasión de nuestro desquiciamiento. Caminaba por las aceras sintiendo que, como a los jabillos, las raíces se me salían. Volví porque no quería salvarme de Venezuela sino en ella.

– ¿Qué significa Venezuela para Faitha Nahmens Larrazábal?

– Es mi tierra, eso significa que me siento vinculada a sus asombros y horrores con lazos que no solo cosieron mi historia y la familia sino yo misma, adrede. Supongo que así como el cordón umbilical se corta, también puede hacerse con la identidad: pero adoro cuando esa ruptura es la del español o el italiano que solo ama estar aquí. Para mí Venezuela es mi sueño, mi dolor, mi fábula, mi fe, mi música, la esencia que me constituye. Mi piso aun cuando movedizo. Mi origen o como dice tan bonitamente Valentina Quintero, la tierra donde estoy sembrada. No tengo agua, pero me riego.