Sanciones y micropolarización tóxica - Runrun
Alejandro Armas Abr 14, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Sanciones y micropolarización tóxica
Para nadie que me conozca es un secreto lo que yo pienso de las sanciones. Pero a mí no me verán diciendo que todo aquel que no piense igual es un asalariado de los tenedores de bonos de Pdvsa

 

@AAAD25

Mientras el chavismo se mantiene firme en su ejercicio hegemónico y el grueso de la población permanece desconectada de la política, la dirigencia opositora sigue en sus estúpidas guerras fratricidas. No es solo entre los militantes de los partidos políticos, sino también entre ciudadanos comunes, cuyas profesiones pueden estar vinculadas con la política o no, y que en no pocos casos tienen alguna afinidad marcada hacia algún partido o dirigente individual. Estos, más los que se mantienen discursivamente activos, pero se abstienen de cualquier forma de militancia, constituyen el último bastión de interés en la política venezolana aparte de la elite gobernante y sus aspirantes a ser parte de la misma.

Variedad de asuntos para estas riñas, casi siempre virtuales, no falta. Desde la forma en que se debe llevar a cabo las primarias presidenciales de la oposición hasta las secuelas de la disolución del “gobierno interino” que encabezó Juan Guaidó. Pero creo que ninguno de estos temas suscita una discusión tan amarga como las sanciones contra la estructura de generación de ingresos de la elite chavista. Es decir, no aquellas medidas punitivas aplicadas a individuos de la jerarquía roja para que no puedan entrar al territorio de un Estado soberano, ni disponer de activos en la respectiva jurisdicción, sino las que restringen las actividades de Pdvsa desde 2019 (o, 2017, según algunas narrativas que se inclinan por el cierre al mercado de capitales a la industria petrolera como punto de partida).

Es en este punto en el que me quiero detener. No para exponer mi punto de vista al respecto, que ya lo he hecho varias veces, sino para advertir sobre lo grave que se ha vuelto la animosidad por posiciones encontradas en un debate que se tiene que dar, pues aborda un punto de primer orden en cualquier estrategia opositora. Si fuera baladí, no le daría tanta importancia a la hostilidad habitual. Pero como no podemos eludirlo, bueno sería que como sociedad lo tuviéramos de forma civilizada.

Lo primero que hay que hacer es aceptar que estamos ante un tema bastante complejo, en el que el maniqueísmo no tiene cabida.

Son muchísimas las variables que operan y ni siquiera las mentes más brillantes del país han podido interpretarlas de manera consensuada. A nivel académico hay distintas lecturas de los datos disponibles. Así que ningún grupo puede atribuirse un monopolio sobre la bibliografía pertinente. Pero ese es precisamente el primer vicio argumentativo que hoy voy a reportar. No importa que menciones claramente las investigaciones en la que basas tu opinión, no faltará quien te diga que “son solo opiniones” que palidecen epistemológicamente ante “los estudios”. En realidad, los estudios con diferentes conclusiones fueron realizados por profesionales con abundante mérito científico, por lo que lo mínimo que se debería hacer es comparar los resultados sin prejuicios. Ah, así no lo quieren los pretendidos dueños exclusivos de la episteme, que tratan a sus detractores como parias del intelecto que solo portan doxa, por usar la terminología de Platón.

Pero ojalá fuera eso, porque el segundo tipo de reacción viciosa a la opinión contraria en este debate es mucho más grave. Me refiero a insinuar, sin prueba alguna, que se trata de comentarios asalariados. Que, al ser el pensamiento propio la única verdad posible, disentir de él es algo que solo se puede hacer a cambio de dinero. Ah, y por supuesto, quien contrata tiene que ser una persona con los más egoístas, y hasta delictivos, intereses. De nuevo, la arrogancia. Pero, también, la osadía impertinente de arremeter contra la honorabilidad de terceros por puro capricho. Por pura mediocridad, porque, ante argumentos difíciles de rebatir, es más fácil vilipendiar al emisor del mensaje e invalidar así lo que sea que diga ante un sector de la opinión pública sediento de confirmación de sus nociones.

Para nadie que me conozca es un secreto lo que yo pienso de las sanciones. Pero a mí no me verán diciendo que todo aquel que no piense igual es un asalariado de los tenedores de bonos de Pdvsa. O del propio gobierno. En ese grupo de personas, tan inmenso y variado como el contrario por demás, hay personas de cuya decencia no dudo, aunque considere que en este asunto se equivocan. ¿Qué tal si empezamos por asumir que las diferencias pueden darse en buena fe?

Nada de esto es nuevo. Cuestionar la legitimidad del adversario en sí mismo en vez de la de sus ideas es algo que se ha hecho desde que existe la política. En todo caso, la novedad es que la tendencia se pronuncia en redes sociales. Ello es un problema universal, pero si lo aterrizamos en nuestro contexto venezolano, podemos tomar medidas. Me gustaría poder decir que la solución es sacar el debate de las redes sociales. Pero, si se quiere darle alcance masivo, ¿en qué otro formato se puede hacer? ¿Un panel de radio y televisión, medios en los que la defensa de las sanciones es tabú por miedo a Conatel (problema que, por cierto, no tienen los adversarios de las sanciones)? Quedémonos entonces con nuestra ágora virtual.

Es especialmente tentador incurrir en ataques ad hominem en una discusión digital porque no se tiene que lidiar con la presencia física del atacado. Total, lo peor que puede pasar es que esa persona bloquee al emisor del mensaje ofensivo. Pero eso no significa que los debates se vuelvan más edificantes. Al contrario, al aumentar el rechazo entre interlocutores, aminora la posibilidad de llegar a acuerdos para acometer acciones conjuntas, lo cual es la idea de la política, como nos recuerda Arendt. En todo caso, es satisfacer una baja pasión privada, en detrimento de la virtud pública que es la disposición a formar consensos en medio de la pluralidad de ideas.

Entonces, cuando los algoritmos de esas redes pongan ante usted un comentario que usted jamás avalaría, sobre las sanciones o cualquier otro tema complejo, y sienta la ira moviendo sus dedos al teclado, ¡pare! Respire. Cuente hasta diez. Recuerde todo lo que se ha dicho en este artículo. Está bien manifestar desacuerdo, pero de forma sosegada. La idea es reducir la micropolarización tóxica. Uso el prefijo “micro” porque, como indiqué antes, somos pocos los que constantemente estamos prestando atención a este y demás asuntos de la política venezolana. Tal vez entonces habremos aportado a poner fin a este inútil conflicto de Eteocles y Polinices, y podamos enfocarnos en desarrollar un plan compartido para sacar el país de la tragedia.

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