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#CrónicasDeMilitares | Juan Vicente Gómez y la fundación del ejército nacional

El dictador Juan Vicente Gómez (izq., Archivo Nacional), otras vistas del ejército gomecista (der. juanvicentegomezpresidenteblogspot).  

Cuando nace el ejército nacional tiene más de gomecismo que de patriotismo, más de control frío que de predominio institucional

 

@eliaspino

En el escrito de la pasada semana tratamos de mostrar los antecedentes de la creación del ejército nacional, asomados durante el mandato de Cipriano Castro (1899-1908).

Aprovechando la decadencia del caudillaje histórico y sus cualidades de conductor de tropas, el gallo montañés puede pensar sin prisas en un designio de disciplinas castrenses y esbozar los planos fundacionales de una estructura pedagógica que no existía, pero los desvíos de un cesarismo cada vez más orientado por el libertinaje y por los excesos del personalismo, aunque también por los aprietos del erario, hacen que se quede en el boceto. El primer capítulo, apenas asomado, continúa, ahora con éxito redondo, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935).

La crisis del gomecismo

La crisis del gomecismo

Como en el caso de Castro, se trata de un proyecto nuevo y distinto. Ahora se abre un camino que la política no ha transitado hasta la fecha. Ninguna piedra se ha levantado de la arquitectura que en breve se extenderá por todos los rincones del mapa, ninguna de sus criaturas se ha enseñoreado en Venezuela. Es una tuerca que conviene remachar, debido a que se ha pregonado la idea de la existencia de una fuerza armada nacida en el siglo XX, cuyo origen se encuentra en la Independencia y cuyas glorias continúa para bien de la patria.

Lo que viene ahora tiene más de gomecismo que de patriotismo, más de praxis férrea que de retorno a las proezas libertarias, más de control frío que de predominio institucional.

Tal punto explica los desmanes posteriores, y derrumba el discurso que las actuales cabezas de una institución pretendidamente “bolivariana” desembuchan cuando encuentran ocasión. Se anuncian como herederos del Libertador, pero en realidad son hechuras gomecistas.

El plan gomecista de ejército se comienza a ejecutar cuando todavía el petróleo no ha llenado las arcas públicas, y obedece a la necesidad de apuntalar una centralización sin la cual se temía por la estabilidad del naciente régimen. De allí que los primeros pasos del asunto coincidan con la inauguración de un plan carretero cuyo propósito no es económico, sino esencialmente la facilidad de movilización de elementos favorables al gobierno en caso de necesidad.

El plan no pretende la comunicación de las comarcas para el tránsito adecuado de bienes materiales, aunque igualmente sirva para el cometido, sino acelerar el movimiento de fuerzas de control y choque frente a los levantiscos que puedan estorbar pese a que están cada vez más alicaídos. De allí que, a partir de 1912, se puedan transitar vías como la carretera del este de Caracas, la de Maracay hacia Ocumare de la Costa, la de Valencia hacia Villa de Cura y la de la capital hacia La Guaira. Siguen a la Reforma Militar, iniciada en 1909 con estudios sistemáticos y adecuada infraestructura.

La Academia Militar es el centro del designio, fundada el 5 de julio de 1910 bajo la tutela de Samuel Mc Gill. Mc Gill traza una carrera de tres años para oficiales profesionales siguiendo instrucción coherente en lo teórico y en lo práctico. El vínculo entre la institución y los intereses del régimen se lleva a cabo a través de una Inspectoría General del Ejército a la cual también se encarga el establecimiento de una Oficina Técnica Militar, que es la sede de un incipiente Estado Mayor que debe ocuparse de redactar las reglamentaciones necesarias. Fruto de sus labores el Código Militar, vigente a partir de 1911, y la publicación de boletines para ilustración de los cadetes. En la misma fecha comienza el funcionamiento de una Escuela de Aplicación Militar para el adiestramiento de soldadescas anteriores a la fundación de la Academia. También entonces la sociedad presencia el estreno de vestuarios nuevos, con kepis y cascos para desfiles y jornadas. Al año siguiente entran en funcionamiento la Escuela de Oficiales de Tropa, la Escuela de Clases, la Escuela Naval y la Escuela de Cabos de Mar. El Ministerio de Guerra y Marina, que era antes una figura relativamente inexistente, ya es un despacho con presencia nacional.

En 1911 la sociedad presencia en el ejército el estreno de vestuarios nuevos, con kepis y cascos para desfiles y jornadas. Foto ejército prusiano de Gómez (en Caracas Chronicles).

Cuando la carta magna inventa un Ejecutivo bicéfalo, Gómez se ocupa directamente de dar mayor consistencia a su criatura. Mientras Victorino Márquez Bustillos se encarga de la modernización de la burocracia y de que el Estado sea más eficaz, don Juan Vicente pone su atención personal en el ejército. En 1915 cambia el esquema de organización de los regimientos, restructura el cuerpo de edecanes y estrena un Comando Superior de cuya actividad está pendiente desde Maracay. Lo más importante: encarga a un oficial de su total confianza, Eleazar López Contreras, la modernización de los estatutos de recluta y la supervisión de nuevas leyes y reglamentos. El predilecto general entrega en breve la mayor de sus obras, hasta entonces: el Código Militar de 1923, que unifica y actualiza el conjunto de las regulaciones castrenses. Desde 1918 ha ordenado estudios para la fundación de una Escuela de Aviación Militar que funciona a partir de los siguientes tres años. Se edifican entonces numerosos cuarteles y dos hospitales militares, a través de cuyas moles se entera la sociedad de la existencia de una extremidad de la dictadura que no solo es inédita, sino que también parece invencible. Y que no es asunto finito, porque el hombre que la moderniza asciende a la presidencia de la república cuando el Benemérito Comandante muere de viejo rodeado de bayonetas.

Cuando guerreros de fama como Arévalo Cedeño, Horacio Ducharne, José Rafael Gabaldón y Juan Pablo Peñaloza son derrotados o contenidos por el ejército del régimen no piensan en las hazañas de la Independencia, ni hacen comparaciones con gestas como las de Carabobo y Ayacucho. Saben que han caído frente a una fortaleza que no había existido hasta entonces y frente a la cual era poco lo que podían hacer.

Si eso sienten de veras los primeros derrotados por una aceitada molienda de armas modernas y comandos homogéneos, buscarles patas patrióticas a los estertores del caudillismo o a perder la pelea por una democracia que es apenas un proyecto, o un delirio, es tomar el rábano por las hojas. Ha nacido un tenaz instrumento de sometimiento que continuará su trabajo en la posteridad, aunque en ocasiones memorables, no pocas, hace las paces con la institucionalidad republicana y con el respeto de las regulaciones civiles. El resto es exageración, o propaganda sin sustento.

El miedo a Gómez

El miedo a Gómez